10/11/2011

Aquellas velas que se alzan en pares

Muchas bitácoras se han quedado en el tintero, pero esta tiene que salir hoy, en este momento, pues es un día muy importante, es una fecha impostergable, es un día cuyo efecto cambió muchas vidas.

Este navegante solitario, en su travesía de trotamundos por los mares de la vida, descubriendo los sin sentidos de la existencia, es testigo de una paradoja, pues en su travesía solitaria muy pocas veces ha sido sobrecogido por un sentimiento de soledad y desamparo, el abandono que ahonda en el espíritu y encalla los sueños. Y esto es gracias a personas, acompañantes de esta travesía, invisibles fisicamente, sólidos espiritualmente, muy cercanos al fuego de las esperanzas; personas que sin que los notes estan allí, tirando de la cuerda esa que iza las velas de una nueva aventura, sonriendote, siendo faro o simplemente, estando allí.

Recuerdo muy claramente aquel jueves de marzo. Con la camisa que me entraba a las justas, un pantalón que me quemaba y unos zapatos modelo chancabuque; era el típico nerd, chancón, con una primaria impecable, lleno de medallas y diplomas. Dos primeros años de secundaria igual de sobresalientes y venía por un tercero, con un nuevo reto, nuevo colegio, con las ansias de repetir el plato.

Tímido por naturaleza, recuerdo ingresando al colegio en un estado de sobrecogimiento. Luego dirigirme al salón, con un marcado nerviosismo, la cabeza revolucionando a mil por hora pensamientos e impresiones, calculando el movimiento perfecto para encajar en el nuevo grupo. Ni bien ubico mi sitio, un muchacho sentado a lo que sería mi derecha, dio un tiro de gracia a tanta pre meditación, abriendo un capítulo nuevo en mi bitácora:

-¿Tu también eres del Champagnat?

Ese muchacho luego se convertiría en esos acompañantes, en uno de los mas esenciales para este navegante.

Ese año no fui el sobresaliente, pero no me importo, porque aprendi a vivir, aprendí a reir, a llorar, a compartir, a emocinarme hasta las lágrimas, aprendí a querer, a ser ese loco, a soñar y sobre todo, aprendí sobre la amistad, la hermandad.

Hubo tormentas, sobre todo una muy desastrosa, muy fuerte, donde pensaba abandonar mi barco y dejarme llevar por la corriente. Esos momentos apareció ese muchacho, ya no preguntadome si era de tal colegio, si no haciéndome creer de nuevo en la vida, renaciéndo la esperanza.

Pasaron inumerables momentos inolvidables, me toco devolver un poco la fortaleza a aquel muchacho. Hemos construido infinidad de momentos, presiento lo seguiremos haciendo. La vivencia de todos los momentos compartidos ha formado un nuevo mar, que al navegarlo juntos trae nostalgia, alegría, pena, arrancandote una sonrisa con los ojos algo nublados.

Ahora cada uno sigue su ruta, este navegante solitario inmerso en nuevas aventuras, con rumbos diferentes, pero con los corazones unidos, pues cada uno sabe, que cuando sea necesario, cuando esos acasos de la vida lo requiera, habrá ese par que te ayude alzar la vela, coja el timón si es necesario, infunda esperanza y te diga:

¿Y ahora hacia donde vamos?

P.D.- Dedicado a mi hermano del alma en su cumpleaños.